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Las grandes lecciones de un pequeño ser vivo: el coronavirus

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Las grandes lecciones

de un pequeño ser vivo:

el coronavirus

El coronavirus, una extraña criatura de no más que 50 milésimas de milímetro, está mostrando la fragilidad del mundo moderno y trastornando nuestra vida hasta los cimientos.

Cuando los historiadores estudien la gran crisis desencadenada por el coronavirus en el futuro, se harán muchas preguntas para las cuales, quizás, ya tendrán algún elemento de respuesta. En medio de la crisis, con Italia todavía en cuarentena, tenemos que conformarnos con preguntas, que no son pocas o triviales. El coronavirus, de hecho, ha sacado a relucir una larga serie de contradicciones y deficiencias de nuestro mundo, que se encuentran vigentes, enterradas por el optimismo imperante.

Aprovechando el tiempo extra disponible, quizás deberíamos levantarlas ahora, tratando de obtener algunas lecciones de ellas.

“La fragilidad del mundo moderno. Realmente esta situación hace que nos preguntemos cómo un pequeño ser, de hecho microscópico, puede poner de rodillas un mundo que se jactaba de ser sólido, poderoso y duradero. Economía en declive, bolsas hundidas, tiendas cerradas, vuelos cancelados, calles desiertas, eventos pospuestos, deportes suprimidos, fronteras cerradas… Pensamos que esto podría haber sucedido como consecuencia de una guerra mundial o un desastre natural extraordinario. Pero no. Un ser de unas pocas micras de tamaño fue suficiente para alterar toda nuestra vida, también rompiendo el mito de la solidez de nuestro mundo”.

Esto implica para nosotros una primera gran lección, si queremos escuchar los signos de los tiempos.

Cuando en Fátima, Nuestra Señora habló de una serie de flagelos para la humanidad pecadora, seguida de una conversión general y la consiguiente restauración de la civilización cristiana, muchos no escucharon sus palabras, no tanto por alguna objeción doctrinal sino por convicción ‒más empírica que intelectual‒ que este mundo duraría eternamente y que, por lo tanto, podrían continuar disfrutándolo sin turbación. La crisis causada por el coronavirus nos enseña, sin embargo, que las cosas pueden cambiar, e incluso rápidamente. No podemos dar nada por sentado. Este estado de cosas no es eterno. Todo puede desaparecer, solo Dios permanece.

De criminal a heroína: la parábola china.

En los próximos años, los historiadores tendrán dificultades para explicar cómo China logró implementar una campaña de propaganda que la transformaría de criminal en heroína en unas pocas semanas.

La epidemia comenzó precisamente en China y se extendió gracias a la extrema negligencia y arrogancia del gobierno comunista de Pequín. El primer aviso fue la hospitalización por bronquitis de Wei Gixan, en la pescadería del mercado de Wuhan, el 10 de diciembre de 2019. El 15 de diciembre, el Dr. Li Wenliang fue el primero en dar la alarma: estaba ocurriendo una epidemia. Esto fue tan evidente que el 7 de enero de 2020, el Wall Street Journal incluso publicó un extenso informe sobre el tema. El gobierno de Pequín reaccionó expulsando a los periodistas estadounidenses y forzando al Dr. Wenliang a firmar un documento auto acusatorio, prohibiendo cualquier divulgación de información a este respecto bajo sanciones muy severas. Solo el 20 de enero, con la epidemia entonces fuera de control, el presidente Xi Jinping hizo una declaración pública. Y solo el 23 decretó el estado de emergencia.

El pecado de las naciones y sus castigos

Si China hubiera reaccionado rápidamente a mediados de diciembre, lo más probable es que no se hubiera producido tal crisis. Este es el verdadero responsable. Sin embargo, surgen dos preguntas entrelazadas: ¿Por qué China ha actuado de esta manera? ¿Y por qué no se quiere señalarlo con el dedo?

“La respuesta a la primera pregunta es, por supuesto, la mentalidad totalitaria propia del comunismo, que reacciona manteniendo en secreto todo lo que pueda afectar la imagen del régimen. Exactamente lo que sucedió en 1986 con el desastre de Chernobyl, y en 2000 con el desastre del submarino Kursk. Pero eso no explica todo”.

También es obvio que no se quería frenar la economía china, de la que ahora depende la mitad del mundo. Se prefirió dejar la locomotora china en funcionamiento, incluso con riesgo de causar una pandemia. Por lo tanto, a las fallas de la mentalidad comunista también deben agregarse las de una determinada mentalidad capitalista. Y aquí está la respuesta a la segunda pregunta: los chinos no deben ser tocados porque tienen el cuchillo por el mango.

Uno de los grandes enigmas de nuestro tiempo, un verdadero misterio de iniquidad, es cómo Occidente, que se enorgullece de su carácter democrático y liberal, se ha sometido de modo tan servil a un gobierno dictatorial dominado por un Partido Comunista. Para ganar dinero, Occidente, consciente y voluntariamente, ha colocado su cabeza en la guillotina. ¿Puede preguntarse ahora por qué el verdugo tira de la palanca?

“Maestros en operaciones oscuras, los chinos también se han aprovechado de la crisis al adquirir una posición aún más dominante en el mercado. De hecho, la crisis ha derribado las acciones de muchas empresas occidentales que operan en China”.

El Banco Central de Pequín ha aprovechado esto, y en estos días está comprando cientos de miles de millones en acciones, convirtiéndose así en el socio de referencia de muchas empresas occidentales. Todo bajo la mirada, entre indiferente y cómplice, de los gurús financieros occidentales.

No solo eso. En golpe de escena de la peor comedia, China ahora se presenta como la salvadora del mundo. Todos elogian el «modelo chino». Pequín incluso se permite el lujo de darle a Italia el material sanitario necesario para enfrentar la crisis vírica… ¡causada por ella! De criminal a heroína en unas pocas semanas, una parábola verdaderamente sorprendente.

¿La crisis del coronavirus no será una oportunidad histórica para revisar toda nuestra actitud hacia Pequín? Aún estamos a tiempo. ¡Reaccionemos antes de que sea demasiado tarde!

Cuando el pastor abandona el rebaño.

Sin embargo, la pregunta más insoportable se refiere a la actitud de buena parte de la jerarquía eclesiástica, que se ha doblegado ante las necesidades del gobierno Conte. En un artículo en el Corriere della Sera, Andrea Riccardi cuenta.

“Se inició una estrecha negociación entre CEI [1]y el Palacio Chigi,[2] que no parecía estar disponible a otras razones que las de sus técnicos. Después de una pulseada, el CEI cedió».

Riccardi parece insinuar que el CEI se ha rendido a regañadientes. La rapidez y la sorprendente estampida con que nuestros obispos han aplicado las disposiciones sanitarias emitidas por el gobierno, a veces anticipándolas, y luego aplicándolas de manera exagerada e incluso unilateral, nos hacen pensar en otras razones.

“En dos mil años de historia, la Iglesia en Italia ha enfrentado muchas situaciones epidémicas: desde la plaga de Roma en 590 hasta las de Milán en 1578 y 1630. Invariablemente, la Esposa de Cristo reaccionó con un espíritu sobrenatural, permaneciendo cerca de los fieles, alentándolos en oración y penitencia, multiplicando las oportunidades de recibir los sacramentos”.

Existen algunos ejemplos de grandes santos como San Carlo Borromeo, quien regresó a Milán desde Lodi mientras las autoridades civiles huían; y San Luis Gonzaga, quien eligió quedarse con los enfermos en el Colegio Romano, pagando el heroico gesto con su vida. Siempre, la nota predominante de la Iglesia durante los episodios de peste fue precisamente revitalizar el cuidado de las almas.

“Esta es la primera vez en la historia en la que, con pocas excepciones, la jerarquía ha abandonado a los fieles, privándolos del apoyo espiritual: primero, imponiendo la Comunión en la mano y retirando el agua bendita; luego, suprimiendo todas las ceremonias religiosas tout court, incluidos los funerales. Sin embargo, si la norma de salud es mantener una distancia de un metro y no tocarse. Nada de esto parece haber sido tomado en consideración. En efecto, han escogido privar a los fieles de los sacramentos cuando tienen mayor necesidad de ellos”.

No está claro por qué la adoración y las oraciones están prohibidas, si se respetan las normas de seguridad.

El vaticanista Marco Tossati reflexiona:

“Las limitaciones del culto que los eventos cambiantes de la historia han impuesto en ciertas contingencias a los cristianos siempre se han sufrido por la Iglesia como formas de persecución y martirio, y nunca elegidos deliberadamente en un espíritu relativista u obediente». En pocas palabras, lo que solían hacer los enemigos de la Iglesia, ahora lo hace la propia Jerarquía.

Ciertamente, uno no puede exigirle a César que comprenda las razones de Dios. Sin embargo, puede y si debe, pedir a los obispos que afirmen las razones superiores de Dios, en lugar de inclinarse tan servilmente ante César.

Vamos a plantear un último punto. Dejando a un lado el juicio sobre si esta pandemia puede o no ser interpretada como un castigo divino, el hecho obvio es que sería una excelente oportunidad para predicar, especialmente porque estamos en el período de Cuaresma, cuando debemos enfocar nuestra atención en el sufrimiento, terrible pero redentor, de Nuestro Señor Jesucristo.

Parece claro que la epidemia ha sacudido muchas conciencias, generalmente aplastadas por el deseo de disfrutar la vida, abriéndolas a consideraciones trascendentales y ofreciendo oportunidades para la intervención purificadora de la gracia divina. Aquí también, sin embargo, el silencio de la jerarquía tiene algo trágico. Sin juzgar las intenciones, es difícil no ver aquí una falta de espíritu sobrenatural que es realmente preocupante. Están en silencio cuando la mayoría debería hablar.

Aquí hay algunas preguntas, en su mayoría aún sin respuesta, planteadas por la situación que surgió debido a la propagación de esta extraña criatura, no mayor de 50 milésimas de milímetro, y que, sin embargo, está perturbando nuestra vida hasta los cimientos.

(Julio Loredo ‒ Extractos)


[1] Conferencia Episcopal Italiana

[2] Sede del Gobierno italiano

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17/03/2020 | Por | Categoría: Coronavirus

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