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Cuando la mansión adormece

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Los pequeñitos son dominados. Ellos han sido bañados, jabonados. ¡Alegría del agua! Limpios, radiantes, es así que les recibirá el sereno navío de la noche. Una vez más ellos han saboreado la leche, el pan, el azúcar, los alimentos humildes y fuertes.

A grandes gritos, ellos nos han llamado para el beso de la noche (o de las buenas noches) y nos han dicho al oído esas ternuras balbuceantes que inventan los niños en el umbral del sueño

Nosotros les escuchamos durante algún tiempo conversar en un tono languideciente, reír, después cantar la canción de la sombra, aquella que es larga, indefinida, ferviente como una oración. Por fin, el silencio. Con todas las velas izadas, el navío de la noche se distancia.

La Mansión trabaja todavía, cansada y repentinamente seria. Señores y servidores acaban su tarea. Cada uno regresa en su soledad.

El silencio se establece poco a poco. El dios del sueño sale a pasos silenciosos del dormitorio de los niños y comienza a hacer su ronda, apagando las lámparas una a una.

Allá en lo alto de la casa el hombre vela. El escucha morir los ruidos familiares; él escucha finalizar la jornada.

En la calle, un paso regular que se aproxima y se desvanece, el paso del último obrero; vuelve a su cabaña con prisa. El viento no gime más; él ha partido, allá abajo, allá abajo, persiguiendo el sol. El último tizón lanza una chispa y se sumerge bajo las cenizas, como un cangrejo en la arena.

La noche es tan negra, ahora, que ella parece haber caído para siempre.

Sin embargo, la mansión respira; pero suavemente, insensiblemente, a la manera de los animales que hibernan, adormeciendo dentro de su piel.

A veces, de las profundidades sube un ruido ligero: suspiro de los pequeños durmientes, risa o palabra arrancadas por el sueño.

El más viejo de los muebles cruje una última vez, severamente. Y se acabó. Todo se inmoviliza.

El silencio y la noche se mezclan, se confunden. El hombre que vela, de pronto no sabe más si vive. El yerra, puro espíritu, a través del espacio y del tiempo. El se pierde, se reencuentra, se pierde de nuevo y se evanece.

Una jornada se hunde para siempre en el abismo.

¡Dormid, dormid! ¡Nos reencontraremos mañana!

Georges Duhamel Les Plaisirs et les Jeux (Adaptado)

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03/03/2022 | Por | Categoría: Ambientes Costumbres
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