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¿Cómo podemos amar a Dios si no lo vemos?

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San Buenaventura enseña que el hombre es imagen de Dios y que las demás criaturas son «vestigios» de Dios. Así, la contemplación de las criaturas nos eleva a Dios

El apóstol San Pablo: “Si no amáis al próximo que veis, ¿cómo amaréis a Dios que no veis?”
San Pablo, por Bonnaire (Lyon)

San Pablo pregunta en una de sus epístolas: “Si no amáis al próximo que veis, ¿cómo amaréis a Dios que no veis?” Es decir, si no amamos al próximo, del cual tenemos un conocimiento directo, intuitivo, a través de los sentidos y de la inteligencia, ¿cómo amaremos a Dios, del cual en la tierra sólo tenemos un conocimiento especulativo?

Dios dispuso, pues, los medios para que el primer mandamiento – el de amar a Dios sobre todas las cosas – sea comprendido y para eso debemos servirnos de todos los modos para conocerlo, teniendo como único criterio válido de juicio el Magisterio infalible de la Iglesia.

San Buenaventura, discípulos de San Francisco de Asís, dice que el hombre es imagen de Dios y que las demás criaturas son «vestigios» de Dios: una pisada en la arena nos permite saber si pasó por ahí un hombre o un caballo.

La contemplación de un panorama marítimo nos puede hacer ver reflejos de Dios. La contemplación de las criaturas nos eleva a Dios
La contemplación de las criaturas nos eleva a Dios

Si analizamos el panorama marítimo que presentamos, encontramos tres elementos:

1 – El panorama

El panorama se acompaña de dos elementos “puros”: el mar y los montes; y uno que, a falta de mejor expresión, podríamos llamar “mixto, el punto donde la tierra toca en el mar.

2 – El mar

Es una masa líquida enorme, de color azul verdoso, que viene de lejos. Está en un movimiento continuo colosal, pujante, que avanza, que tiene algo de avasallador.

Sin embargo, es un avance fascinante, que no sólo no provoca deseos de huir, sino que da ganas de entrar. La persona tiene la ilusión de que estando sumergida en ese azul verde tendrá una delicia al sentir la frescura, lo salado de las aguas, el olor que de esa agua se desprende; en dejarse llevar, o en contrariar al mar, entrando en una especie de lucha con él.

3 – Los montes y la oposición entre ambos elementos

Son montes cercenados por la intemperie, por la brisa del mar. Pero la montaña, cortada, mutilada, se siente medio afrentada, y trata de mirar con superioridad, como diciéndole al mar: “Yo te detengo. Tú me hieres, pero tú mueres. Mi poder es fijo, estable. Yo soy la realidad palpable, tú eres la fantasía. Es mi orgullo de masa bruta”.

Y el mar responde: “Sustancia ciega, estúpida y parada. Yo continuará injuriándote, corroyéndote, lamiéndote y despreciándote. Si tu pones mala cara, yo te responde resplandeciendo y pasando.”

4 – El elemento intermediario.

Es la playa. No tiene los orgullos ni las pretensiones de la montaña, es casi tan graciosa como el mar. Se diría que es un poco de fondo de mar que duerme al pie de la montaña. Con ella, el mar es afable, le sonríe con su espuma blanca, la visita pero no la ocupa, y al retirarse, la deja regalos.

Tendríamos entonces dos perfecciones opuestas (el mar y la montaña) cuya armonía es afirmada en esa faja central, que hace la síntesis entre ambas cosas.

B ‒Análisis de las impresiones

El mar, en su modo de ser colma a quien lo considera. Produce una sensación de plenitud, es un mar en cuya majestad, grandeza y poder nada falta, ni siquiera los encantos graciosos y diminutos. Todo está en él presente.

Pero después de haber estado mucho tiempo dentro del mar, al ver la montaña, no se puede dejar de exclamar: “Oh estabilidad, Oh fuerza, Oh continuidad, Oh algo sobre lo que me apoyo y me conforto, en vez de ese mar continuamente encantador pero en el fondo traicionero y que me extenúa de tanto exigirme admiración.”

Es un poco el sentimiento de quien vuelve de una fiesta y se saca la ropa de gala para ponerse el pijama.

Por aquí ha pasado el pueblo más grande de la Historia

Son pues dos plenitudes opuestas, cuya armonía está físicamente demarcada por la playa; casi se diría que las pequeñas olas blancas que la bañan son hilos que cosen la belleza del mar a la de la tierra.

Entonces, podríamos definir el panorama como plenitud por encima de las plenitudes. Nuestra exclamación sería: ¡Oh plenitud!

C – Trascendencia

Dios no es pleno; Dios es la plenitud. Y Dios puede ser comparado a un océano infinito de perfecciones, y a una montaña, a una roca estable que nadie conmueve.

Está hecho un ejercicio en el que las criaturas nos elevan a Dios: al dejarme impresionar por esa plenitud, la belleza que estoy sintiendo (y el gozo por lo tanto), tengo un degustación anticipada del Cielo en la tierra.

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29/06/2022 | Por | Categoría: Ambientes Costumbres
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