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Corazón de María, nuestra esperanza

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Sobieski confiaba sus batalla al Corazón Inmaculado de María
El rey Juan Sobieski liberando Viena del cerco musulmán
Sobieski en el cerco de Viena

«¡Corazón de María, mi Esperanza!» Era el lema del célebre Juan Sobieski, Rey de Polonia, que en los trances difíciles de su vida y de su reinado, iba a recibir en el Corazón Inmaculado de María aliento y valor para las dificultades.

Con este grito de guerra, «Cor Mariae, spes mea«, vibrándole en el alma y embelleciéndole el corazón, se lanzó contra los turcos en 1683. Poco después liberaba heroicamente del apretado cerco musulmán la ciudad de Viena .

«Corazón de María, nuestra Esperanza!» Es el grito de guerra con que de un rincón al otro de la tierra tenemos que convocar a todas las almas de buena voluntad para que, en una cruzada invencible, bajo la égida de la Reina de los Cielos, marchar a la ruda tarea de liberar en fin la pobre humanidad de los terribles cercos de hierro con que la perversidad y la insensatez intentan aniquilarla.

¡Es por el Corazón de María que haremos triunfar el Corazón de Jesús!

Corazón Santísimo de Jesús

Hace cuarenta años señalaba León XIII al Corazón Santísimo de Jesús como la gran señal en el firmamento para prometerse victoria: In hoc signo vinces! (con esta señal vencerás) Y con él nos mandaba armarnos, como antes a los soldados de Constantino, con el signo de la Cruz. Y muchos de los cristianos obedecieron y el mundo fue consagrado oficialmente por el Papa al Sagrado Corazón del Salvador.

Por eso podía en su primera encíclica escribir Pío XII:

«De la difusión y profundización del culto al divino Corazón del Redentor, que encontró su coronación, no sólo en la consagración de la humanidad, al declinar del último siglo, sino también en la institución de la fiesta de la realeza de Cristo por nuestro inmediato predecesor, de feliz memoria, resultaron indecibles bienes para innumerables almas; fue un caudal impetuoso que alegra la ciudad de Dios: “fluminis impetus laetificat civitatem Dei”(Salmo XLV, 5).

Pero hemos de reconocer que los triunfos del Corazón de Jesús aún no corresponden plenamente en esta época a las sonrientes esperanzas de León XIII al consagrarle el universo.

“¿Qué época más que la nuestra – dice Pío XII – fue atormentada de vacío espiritual y profunda indigencia interior a pesar de todos los progresos técnicos y puramente civiles? … ¿Puede concebirse un deber mayor y más urgente que evangelizar las insondables riquezas de Cristo (Ef. III, 8) a los hombres de nuestro tiempo? ¿Y puede haber algo más noble que desplegar el estandarte del Rey – Vexilla Regis – delante de los que han seguido y siguen todavía banderas falaces, y procurar reconducir para el pendón victorioso de la Cruz a los que lo abandonaron?

Ahora bien, si es necesario anunciar esas riquezas insondables de Cristo a los hombres, el camino más rápido y obligatorio es María – «per Maria ad Jesum». Ha sido siempre así desde el comienzo de la Iglesia. Es por María que nos viene Jesús.

Por el Corazón de María vendrá el reinado de Jesús

Y el impulso cristiano que irrumpe al final de las almas bajo la acción del Espíritu Santo -como en una de sus encíclicas sobre el Rosario lo notó León XIII- el impulso cristiano va más lejos afirmando cada vez más clara y valientemente, sobre todo de hace un siglo a esta parte, que es por el Corazón de María que nos ha de venir el Corazón de Jesús; es por el reinado del Corazón de la Madre que ha de venir el reinado del Corazón del Hijo.

Para hacerle reinar es menester amarle – es su triunfo en los corazones y en las voluntades. Para amar es urgente primero conocerlo – es su reinado en las inteligencias.

Espero que puedan contribuir estas líneas para llevar a las almas esa luz y ese calor.

Bastante ya hemos escrito en el Mensajero de María y algo han leído nuestros lectores sobre Nuestra Señora.

Omnis gloria Filiae Regis ab intus

Tal vez no nos situáramos nunca en el verdadero punto de vista y en la verdadera luz en que mejor se nos revela toda la excelencia, el poder y la bondad de María.

Omnis gloria Filiae Regis ab intus (Salmo 44, 15): toda la gloria de la Hija del Rey está en su interior. Así como no se conoce realmente a Cristo mientras no se conoce Su Corazón – el Corazón de Jesús es el mejor punto de vista del Salvador, es la clave del enigma de todas sus misericordias, el abismo inagotable de todas sus invenciones de amor. – así también María Santísima sólo será conocida y amada y reinará plenamente en las almas, cuando íntimamente sea conocido su Corazón Inmaculado. Es también él el mejor punto de vista de María. A la luz de su Corazón se ilumina de las más suaves y deslumbrantes tonalidades su virginidad sin par, su incomparable dignidad de Madre de Dios, de Esposa del Espíritu Santo y de Hija Predilecta del Altísimo, su tierna solicitud de Madre de los hombres y de Reina de los Cielos y de la Tierra.

Su Corazón es el imán misterioso que nos arrebata los corazones, lo que llevó a San Bernardo a denominarla arrebatadora de los corazones: raptrix cordium. Pero si es por el Corazón que Ella nos conquista a nosotros, es también el arma con que la conquistamos: tocarle en el Corazón es vencerla. ¡Y – misterio profundo! – no es otro el cetro con que María impera junto al Altísimo. Mostrar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo su Corazón de Hija, Esposa y Madre es conquistar a Dios; es inclinar a su favor toda la Santísima Trinidad.

De aquí viene que todo lo que se afirma de María Santísima en su misión y misericordia con los individuos, la humanidad y la Iglesia en particular, se debe afirmar con más fuerte razón de su Corazón Inmaculado.

Por lo tanto no conoce a María quien no conoce su Corazón; pero quien conozca a ese Corazón posee el mejor conocimiento de María.

No ama a María quien no ama su Corazón; pero amar el Corazón de María es amarlo por el mejor modo como Ella desea ser amada. Es en su Corazón que está la razón de todas sus bondades hacia los hombres; es esa la fuerza que nos atrae, cuando a ella acudimos y el bálsamo que nos conforta cuando la imploramos, con la certeza de ser socorridos.

En el Calvario Jesús nos dio a María por Madre

Es porque en el pecho de María palpitaba un Corazón tan semejante al suyo, que el Corazón de Jesús a la hora de la muerte en el Calvario nos la dio por Madre: ecce mater y a Ella nos entregó por hijos: ecce filius tuus.

Si de San Pablo se afirmó que tenía un corazón parecido al de Cristo: cor Pauli, Cor Christi, mucho más y mejor que nadie tiene derecho a este elogio supremo María Santísima: Cor María, Cor Jesu.

Nuestra Señora del Perpetuo socorro

Es porque en su pecho continúa allí en el Cielo a pulsar el mismo Corazón dulcísimo y amantísimo que la Santa Iglesia, en las horas aflictivas, nos manda acudir a María, seguros de obtener siempre pronto socorro.

«Quien considere atentamente los anales de la Iglesia Católica -escribía el recordado Pontífice Pío XI- verá fácilmente unido a todos los fastos del nombre cristiano, el valioso patrocinio de la Virgen Madre de Dios. Y en verdad, cuando los errores, por todas partes, procuraban desgarrar la túnica inconsútil de la Iglesia y subvertir el mundo católico, a la que ‘sola destruyó todas las herejías del mundo entero’ (del Breviario Romano) acudieron a nuestros padres y se dirigieron con el corazón lleno de confianza; y la victoria por Ella obtenida les traía tiempos más felices”.

Cuando la impiedad musulmana, confiada en potentes armadas y grandes ejércitos, amenazaba con arruinar y esclavizar a los pueblos de Europa, fue implorada instantisimamente, por consejo del Sumo Pontífice, la protección de la Madre Celeste; de este modo fueron destruidos los enemigos y sumergidas sus naves (referencia a la batalla de Lepanto, en octubre de 1571).

Obedecer para ser libre

Y tanto en las calamidades públicas, como en las necesidades particulares, han acudido a María, suplicantes, los fieles de todos los tiempos, para que ella venga benignísimamente en su socorro, obteniéndoles el alivio y remedio de los males del cuerpo y del alma. Y jamás su poderosa ayuda fue esperada en vano por aquellos que le imploran en oración confiada y piadosa.

Una devoción para las horas difíciles en que hoy vivimos

Con toda razón, por lo tanto, en las horas difíciles en que hoy vivimos, todas nuestras esperanzas de salvación, de triunfos y de paz están colocadas en este Arca de salvación: en el Corazón de María.

«A mí, el mínimo de los santos, me fue dada esta gracia de evangelizar a las gentes las insondables riquezas de Cristo», decía San Pablo.

Una de las más insondables riquezas que nos legó Cristo fue el Corazón de su Madre. ¡Si nos fuera dado carisma parecido al del Apóstol de evangelizar a nuestros lectores sobre toda la profundidad, longitud y latitud, todos los abismos preciosos de amor, encerrados en el Corazón de María!

Un erudito y piadoso autor decía, al escribir sobre el Corazón de la Madre de Dios, que ambicionaba poder, como otrora San Juan Evangelista en la última Cena sobre el pecho del Señor, reclinarse también sobre el pecho de María, para después de escuchar las palpitaciones de su Corazón, conseguir más fácilmente expresar esos secretos de amor.

Nuestras ambiciones van más lejos en este instante: quisiéramos no sólo reclinar la cabeza sobre el Corazón Inmaculado de nuestra Madre del Cielo, sino poder establecer allá dentro nuestra morada para que, iluminados en esa luz, virginizados en esa pureza e inflamados en las llamas de esa caridad, todo lo que dijéramos fueran palabras de luz y fuego brotando de la abundancia de ese Corazón inefable.

Que Ella nos acoja en ese recóndito de amor, nos haga allí como que desaparecer en Ella, para que al final sea María quien dice de sí misma, por el débil instrumento que todo se le consagra, las maravillas de su Corazón.

Que sea ahí también que nuestros lectores coloquen su mansión, para que en esa escuela y a esa luz mejor entiendan la obra maestra del Señor.

Plinio Corrêa de Oliveira

in Legionário, 28 de março de 1943, N. 555

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26/07/2023 | Por | Categoría: Formación Católica
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