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El «buen salvaje» – Mito y realidad

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Revolución «cultural»

Mientras la ONU y otras organizaciones internacionales tratan de otorgar verdaderos privilegios a los indígenas (1), en Chile asistimos a una escalada de agresiones por parte de una minoría de mapuches, que se cree todo permitido.»

¿A qué se debe esta prepotencia?

Mapuches  Mapuches agreden a fiscales, carabineros y gendarmes

Ella encuentra sustento y estímulo en las imposiciones de la ideología indigenista, basada en el viejo mito del «buen salvaje», una concepción romántico-socialista de los «pueblos originarios».

Doce mapuches agredieron con golpes de puños y pies a dos fiscales, tres carabineros y tres gendarmes en la sala del Tribunal Oral durante el juicio contra Juana Calfunao, por desórdenes públicos. Además, destruyeron los expedientes y algunos computadores. La mujer, en 1998, le dio un cabezazo al entonces director de la Conadi. (El Mercurio, 16/11/06

Transcribimos a continuación una interesante reseña de un estudio histórico sobre la realidad del mito del «buen salvaje», aparecido recientemente en Estados Unidos.

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Estados Unidos: la ferocidad del “buen salvaje»

(Correspondencia europea) Un libro de Nicholas Wade, periodista científico del diario “Nueva York Times”, titulado “Antes del atardecer “ Recobrando la historia perdida de nuestros antepasados” (Before the dawn. Recovering the lost history of our ancestors), suscita actualmente en los Estados Unidos numerosos debates. Resumiendo y divulgando las investigaciones históricas y antropológicas más recientes sobre las sociedades americanas precolombinas, investigaciones conducidas por estudiosos como Lawrence Keeley, de la Universidad de Illinois, y Esteven Le Blanc, de la Universidad de Harvard, Wade afirma que el famoso “buen salvaje” nunca ha existido.

El autor demuele la teoría “políticamente correcta » según la cual el indígena precolombino era naturalmente pacífico, tolerante, leal y generoso, Wade demuestra que la vida de las sociedades americanas primitivas se basaba en la violencia, la intolerancia, la perversión y la perfidia. A menudo, una comunidad precolombina se calificaba como “los hombres”, ya que no reconocía en los otros la naturaleza humana y aún menos los derechos que se derivan de ella. Al interior de cada comunidad, se practicaba casi siempre la tortura, la venganza, la violencia sexual y el infanticidio.

Por otra parte y sobre todo, entre las comunidades y dentro de ellas, entre las tribus y los clanes, existía un estado de guerra casi continuo, feroz y desleal, siendo la guerra habitualmente conducida con el objetivo no de someter al adversario sino de exterminarlo. En este marco, no se hacían prisioneros si no era para sacrificarlos a los dioses de la guerra o para cebarlos con el fin de comérselos. Incluso en las muy difíciles condiciones medioambientales de Alaska y Groenlandia, donde la lucha por la supervivencia habría debido prevalecer sobre el deseo de dominio, la guerra era continua y sin piedad.

Se ha calculado que un 87% de las sociedades primitivas hacían más de una guerra al año y que un 65% de ellas estaban continuamente en guerra, llegando a perder por término medio un 50% de la población entre ataques, defensa y represalias. Eso explica la escasa población encontrada por los exploradores cuando descubrieron el Nuevo Mundo. Para hacer una comparación estadística, si guerras de este tipo hubieran tenido lugar en Occidente en el siglo XX, habrían conducido a la desaparición de dos mil millones de personas.

Wade saca una conclusión precisa, a saber, que “los antropólogos y los arqueólogos subestimaron completamente el estado de guerra permanente, típico de las sociedades primitivas, favoreciendo el prejuicio contrario a la existencia de guerras prehistóricas”. Por ejemplo, los especialistas de la cultura y de la lengua primitivas ocultaron el hecho de que la variedad extraordinaria de “dialectos” que subsisten aún actualmente entre el pueblo amerindio  “se sabe que, en uno sola nación, pueden existir millares” se debe principalmente a las continuas divisiones internas producida por el odio y por las guerras que éste ha causado. Los investigadores y los expertos disimularon el descubrimiento de grandes cantidades de armas y rastros de enormes masacres a la opinión pública, con el fin de favorecer la difusión de la teoría del “buen salvaje”.

Por lo tanto, en adelante, cuando leamos o veamos en numerosas novelas, películas o dibujos animados, y también en algunos estudios históricos, de etnología o antropología, la habitual descripción del encuentro entre el civilizado violento, codicioso y fanático y el indio pacífico, generoso y tolerante, sabremos qué pensar de esta falsificación propagandística con tonos maniqueos. (CE 156/08 del 10/11/06) 

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1. Ver Convenio sobre pueblos indígenas y tribales,

http://www.unhchr.ch/spanish/html/menu3/b/62_sp.htm

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18/11/2006 | Por | Categoría: Formación Católica

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