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¿Hacia una nueva Iglesia?

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Mucho ha sorprendido a los católicos el Informe de Síntesis publicado por el reciente Sínodo.

Cómo decíamos en otro artículo, más importante que la discusión sobre las bendiciones de las uniones homosexuales, etc. es, sin duda, el plan de suprimir el aspecto jerárquico de la Iglesia, como Nuestro Señor lo instituyó.

Esa tendencia igualitaria viene de lejos. Alfred Loisy, líder del movimiento modernista en los primeros años del siglo pasado, no escatimó palabras:

“En realidad toda la teología católica, incluso en sus principios fundamentales, la filosofía general de la religión, la ley divina, y las mismas leyes que rigen nuestro conocimiento de Dios, serán sometidas al juicio del supremo tribunal de la modernidad. (…) ¡El viejo edificio eclesiástico deberá derrumbarse! “

La nueva Iglesia deseada por el Sinodo

En abril de 1969 la revista “Catolicismo” de Sao Paulo, Brasil, portavoz de la TFP brasileña, publicó un número especial doble que contenía el resumen analítico de un ensayo aparecido poco antes en la revista “Ecclesia”, de Madrid, que denunciaba la Existencia dentro de la Iglesia grupos autoproclamados “proféticos” que conspiraban para su destrucción [“Los pequeños grupos y la corriente profética”, Ecclesia n° 1423, 11 de enero de 1969]. Presentamos lo esencial de la introducción escrita por el prof. Plinio Corrêa de Oliveira, con un examen detallado de la doctrina de este movimiento. Un texto de enorme relevancia, que arroja luz sobre la «Iglesia de los pobres» que ciertos sectores querrían construir, aún hoy.

Insubordinación, “desalienación”, hilo conductor de los misterios “proféticos”

En este comentario no procuramos profundizar propiamente la doctrina de los “grupos proféticos”, la coherencia interna de las diversas tesis que la integran, sus maestros, sus precursores, sus afinidades o discordancias con otros sistemas de pensamiento.

Ni tampoco pretendemos analizar las condiciones culturales, políticas, sociales, económicas u otras, que favorecen o contrarían la génesis y el desarrollo de esos grupos.

Nuestro objetivo es más circunscrito y, también, de una utilidad más inmediata.

Puestos delante del crecimiento tangible de los “grupos proféticos”, de su nocividad evidente, de la necesidad, pues, de atajarles el paso, nos preguntamos cuál es su programa, si ellos reposan sobre una estructura definida de dirección y propaganda, cómo es esa estructura, como actúa, como ven los “grupos proféticos” las transformaciones por las que pasó recientemente la Iglesia, y continúa pasando, cuáles son las técnicas de reclutamiento, formación y subversión usadas por los “grupos proféticos” y, por fin, cuáles son sus relaciones con el comunismo.

En el artículo de “Ecclesia” buscaremos respuesta a esas preguntas.

I. Desalienación: rebelión contra toda superioridad, toda desigualdad.

El concepto clave de la doctrina de los “grupos proféticos”, es, a nuestro parecer, la alienación. Así, lo tomamos como punto de partida y como hilo conductor de esta exposición.

El lector verá cómo, de esta manera, el asunto se vuelve límpido y accesible.

Alienus es un vocablo latino que equivale a la palabra castellana “ajeno”.

Alienado es el que no se pertenece a sí mismo, sino a otro.

En la perspectiva comunista, toda autoridad, toda superioridad social, económica, religiosa u otra cualquiera, de una clase sobre otra, comporta una alienación.

Alienante es la clase social que ejerce la autoridad, o posee la superioridad sea a través de un rey, un jefe de Estado, un Papa, un Obispo, un Sacerdote, un General, un profesor o un patrón.

Alienada es la clase que presta obediencia a la alienante. La clase alienada, por el propio hecho de estar sujeta a otra clase en mayor o menor medida, en esa exacta medida no se pertenece a sí misma, y está alienada a esa otra.

Transpuesto el concepto de alienación a las relaciones de persona a persona en la esfera religiosa, se puede decir que un Papa, un Obispo o un Sacerdote, en cuanto participa en la clase dirigente, que es el clero, es alienante en relación a un simple fiel, que es miembro de la clase dirigida, es decir, el laicado.

Toda alienación es una explotación del alienado por el alienante. Y, como toda explotación es odiosa, es necesario que la evolución de la humanidad conduzca a la supresión de todas las alienaciones y, por lo tanto, de todas las autoridades y desigualdades. Pues toda desigualdad crea de algún modo una autoridad. La fórmula más conocida y popular de la total desalienación está en el lema de la Revolución Francesa: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. La aplicación absolutamente radical de ese lema significa la implantación de una “anarquía” sin caos. La dictadura del proletariado no es más que una etapa hacia la realización del anarquismo.

El igualitarismo radical es la condición para que haya libertad, y para que, cesadas las explotaciones y la consiguiente lucha de clase, reine entre los hombres la fraternidad.

Esa es la quimera criminal de los comunistas.

II. El supremo objetivo “profético”: una Iglesia no alienante ni alienada.

De lo que expone el artículo de “Ecclesia”, deducimos que los “grupos proféticos” desean transformar la Iglesia Católica, de alienante y alienada que es, en una Iglesia Nueva, sin ninguna forma de alienación.

1º. Desalienación de la Iglesia: en relación a Dios

• a) La Iglesia “constantiniana” (cuya era, según los “grupos proféticos”, comenzó con Constantino, el Emperador romano del siglo IV que libró la Iglesia de las persecuciones y la sacó de las catacumbas, y se extiende hasta nuestros días) cree en un Dios trascendente, personal, dotado de inteligencia y voluntad, perfecto, eterno, creador, gobernador y juez de todos los hombres. Estos son infinitamente inferiores a Dios y le deben toda sujeción. Y, creyendo en un Dios así, los hombres aceptan un Dios alienante. La Religión es pura alienación.

La Iglesia-Nueva no cree en un Dios alienante. El Dios de la Iglesia “constantiniana” corresponde a un estado ya superado de la evolución del hombre, el hombre infantil y alienado. Hoy, el hombre, hecho adulto por la evolución, no acepta un Dios del cual es, en último análisis, un siervo, y que lo mantiene en la dependencia de su poder paterno, o mejor, paternalista, como dicen peyorativamente los “grupos proféticos”. El hombre adulto repele toda alienación, y quiere para sí otra imagen de Dios: la de un Dios no trascendente a él, sino inmanente en él. Un Dios que es impersonal, que es como un elemento difusamente esparcido en toda la naturaleza y, por lo tanto, también, en cada hombre. En una palabra, un Dios que no aliena.

• b) Porque no acepta esa nueva figura de Dios, y se obstina en mantener la vieja figura del Dios personal, transcendente y alienante, es por lo que la Iglesia “constantiniana” genera el ateísmo. Pues el hombre adulto de hoy, no pudiendo aceptar esa imagen infantil de la divinidad, se afirma ateo. Si la Iglesia le presentase un Dios actualizado, inmanente y no alienante, él aceptaría. Y dejaría de ser ateo.

• c) Es verdad que la afirmación de un Dios trascendente y alienante tiene su fundamento en numerosas narraciones de las Sagradas Escrituras. Esas narraciones, sin embargo, no son narraciones históricas precisas. Son mitos elaborados por el hombre no adulto, alienado y ansioso de alienación. Hoy día deben ser reinterpretadas según una concepción no alienante sino adulta. O incluso rechazarlas. Con esto, se purifica la religión de sus mitos. Es lo que se llama desmitificación.

• d) Es, por ejemplo, lo que hay que hacer en relación a la explicitación de la infeliz condición del hombre, sujeto al error, al dolor y a la muerte. El remedio de esa situación no puede venir, para el hombre adulto, de una redención operada por el sacrificio del Dios trascendente encarnado, y completada por los padecimientos de los fieles. Tal remedio viene de la evolución, de la técnica y del progreso. En la concepción del hombre no alienado, no hay más razón de ser para las mortificaciones, un tanto masoquistas, que la Iglesia “constantiniana” promovía. La Iglesia-Nueva convida a una vida vuelta enteramente hacia la felicidad terrena. La Redención-progreso no tiene como objetivo llevar a los hombres a un cielo extra-terreno, sino transformar la tierra en un cielo.

2°. Desalienación de la Iglesia: en relación a lo sobrenatural y a lo sagrado

La Religión Católica “constantiniana”, coherente con su doctrina sobre la trascendencia de Dios, admite lo sobrenatural y con ello lo sacral.

Ahora bien, el concepto de un orden sobrenatural superior al orden natural, de una esfera religiosa y sagrada superior a la esfera temporal, conduce a evidentes desigualdades. De ahí provienen, ipso facto, múltiples alienaciones. En la Iglesia-Nueva, no alienante y no alienada, sólo se admite como realidad lo natural, lo temporal, lo profano. Es una Iglesia desacralizada. De ahí provienen múltiples consecuencias:

• a) Es obvio, ante todo, que la Iglesia-Nueva está toda ella puesta en el orden natural.

Ella ejerce su misión salvífica induciendo a los fieles a empeñarse, a comprometerse en la propulsión del bienestar terreno.

• b) La noción de Iglesia como Sociedad distinta del Estado y soberana en la esfera espiritual pierde toda su razón de ser. La Iglesia desacralizada es, dentro de la sociedad temporal, un grupo privado como cualquier otro, cuya misión es estar en la vanguardia de las fuerzas que promueven la evolución de la humanidad.

• c) La vida sacramental también muda de contenido. Los Sacramentos tienen un sentido simbólico meramente natural. La Eucaristía, por ejemplo, es un ágape en el que confraternizan hermanos en torno de una misma mesa. Y por esto debe ser recibida como un alimento cualquiera en el transcurso de una comida común.

• d) La condición sacerdotal no se debe considerar más como sagrada, ya que la sacralidad muere con la muerte de todas las alienaciones.

En el modo de presentarse, de vestirse y de vivir, los sacerdotes deben ser como cualquier laico, ya que la esfera de lo sagrado, a la que pertenecían, desapareció, y ellos se deben integrar sin reservas en la esfera temporal. Análogamente se deben portar los Religiosos, si aún existieran los tres votos de obediencia, pobreza y castidad, en la Iglesia no alienante y no alienada.

• e) No hay razón para que existan edificios destinados sólo al culto, ya que murió lo sobrenatural, lo sagrado. En este mundo evolucionado, adulto, contrario a las alienaciones, el culto del Dios inmanente y difuso en la naturaleza puede ser hecho en cualquier local profano. Si hubiera edificios destinados al culto, que ellos sean utilizados también para fines profanos, de suerte que se evite la distinción alienante entre lo espiritual y lo temporal.

3º. Desalienación de la Iglesia: en relación a la Fe, a la Moral, al Magisterio, y a la acción evangelizadora

• a) La Iglesia-Nueva es una Iglesia pobre. Y esto es, ante todo, en el sentido espiritual de la palabra. Una de las riquezas de la Iglesia “constantiniana” consiste en llamarse Maestra infalible. La Iglesia-Nueva no pretende ser Maestra. Ni trata a los fieles como discípulos. Pues esto sería alienante.

Cada cual recibe carismas del Espíritu Santo, que le habla directamente en el alma. Y en esa voz interior, de la cual puede tomar conciencia, es en lo que cada uno debe creer.

Esto, que es verdadero para las materias de Fe, lo es también para la moral. Cada cual tiene la moral que le sugiere su conciencia.

En suma, el hombre vive del testimonio interior de los carismas, de los cuales toma conciencia. La Iglesia-Nueva no posee, así, un patrimonio de verdades, del que imagine tener el privilegio. Y en esto está el principal aspecto de su pobreza.

• b) De ahí se desprende también otra forma de pobreza. La Iglesia- Nueva no tiene fronteras. Ella abriga a los hombres de cualquier creencia, siempre que trabajen activamente para la verdadera Redención, que es el progreso terrenal. Así pues, ella no es como un reino espiritual con fronteras doctrinales definidas, sino algo etéreo, fluido, que se confunde más o menos con cualquier Iglesia. En otros términos, la Iglesia-Nueva es súper-ecuménica.

• c) Otro título de pobreza de la Iglesia-Nueva, es que, no siendo Maestra, y siendo super-ecuménica, ya no necesita de obras de apostolado. Así, las universidades católicas, las escuelas católicas, las obras de asistencia católicas, solo conservan su razón de ser bajo la condición de no procurar ningún fin apostólico, ni tener ninguna sujeción alienante y anti- ecuménica a la Iglesia: en otros términos, si renunciaren a la nota católica, y asumieren un carácter totalmente profano, secular y laico.

• d) La pobreza de la Iglesia-Nueva también está en que, siendo la cultura y la civilización valores de orden temporal y terreno, y no pretendiendo ya la Iglesia ejercer ningún magisterio ni moldear según su propio modelo a la sociedad temporal, ya no se puede hablar de cultura y civilización cristianas. La cultura y la civilización del hombre evolucionado y adulto recibieron carta de ciudadanía: están desacralizadas y desalienadas de la Religión.

• e) Aún más, la Iglesia-Nueva es pobre en el sentido material del término. Ella no sólo rehúsa las Catedrales y Basílicas, en las que lo sacral ostentaba de modo triunfal su superioridad, sino que, existiendo en la era de los pobres, rechaza toda riqueza, a cualquier título que sea.

• f) Por fin, la Iglesia-Nueva es pobre porque es la Iglesia de los pobres. Enemiga de todas las alienaciones, ella se siente adversa a todos los alienantes de cualquier tipo y orden, y connatural con la causa de todos los alienados. Por eso, los explotados y alienados de la sociedad actual tienen en la Iglesia-Nueva su lugar propio. Y ella es por esencia la defensora de ellos contra los detentores de autoridad o superioridad terrenas. Por razones análogas en sentido inverso, la Iglesia “constantiniana” es cómplice, por su propia naturaleza, de todas las oligarquías alienantes y explotadoras.

4º. Desalienación de la Iglesia: en relación a la Jerarquía Eclesiástica

Puesto que toda autoridad es siempre alienante, es menester que no exista. Y si existe, será solamente en la medida en que haga la voluntad de los alienados, que así escapan — por lo menos en amplia medida— al yugo de la alienación.

En la Iglesia “constantiniana”, la Jerarquía estaba investida del triple poder de orden, de magisterio y de jurisdicción. La Iglesia-Nueva, vaciando de contenido sobrenatural los Sacramentos, que están bajo el poder de la Jerarquía de Orden, negando el Magisterio, tenía en rigor de lógica que atentar contra la Jerarquía de jurisdicción.

Así, la existencia de un Papa, Monarca espiritual rodeado del Colegio de los Príncipes eclesiásticos, que son los Obispos —de los cuales cada uno es, en la respectiva Diócesis, como que un monarca sujeto al Papa— no es compatible con la Iglesia-Nueva. Como tampoco pueden subsistir los Párrocos, que rigen, bajo las órdenes del Obispo, parcelas del rebaño diocesano.

Es necesario, para desalienarla enteramente de la Jerarquía, democratizar la Iglesia. Es preciso constituir, en la Iglesia, un órgano representativo de los fieles, que exprese lo que los carismas dicen en lo más íntimo de la conciencia de éstos. Órgano electivo, claro está, y que represente a la multitud. Órgano que haga pesar decisivamente su voluntad sobre los jerarcas de la Iglesia, los cuales, claro está, también, deberán, de aquí en adelante, ser electivos. A nuestro entender, en rigor de lógica, esta reforma de la estructura de la Iglesia pedida por el “movimiento profético” sólo puede ser vista como una etapa en la realización cabal de sus objetivos. Pues la desalienación completa traería consigo, en un estadio ulterior, la abolición de toda la Jerarquía.

Sin embargo, considerando tan sólo la reforma que los “grupos proféticos” piden ahora explícitamente, podemos decir que ella transformaría a la Iglesia en una monarquía como la de Inglaterra, es decir, un régimen efectivamente democrático, dirigido fundamentalmente por una Cámara popular electiva, omnipotente, en el cual se conserva “pro forma” un Rey decorativo (en el caso de la Iglesia-Nueva, el Papa), Lores sin poder efectivo (los Obispos y Párrocos), y una Cámara de los Lores de aparato (el Colegio Episcopal). E incluso, para que la analogía entre el régimen de Inglaterra y la Iglesia-Nueva fuese completa, sería preciso imaginar un Rey y Lores electivos (es decir, Papa y Obispos elegidos por el pueblo).

Para completar el cuadro de la democratización, es preciso agregar que, en la Iglesia-Nueva, las parroquias serían grupos fluidos e inestables, y no circunscripciones territoriales definidas como suelen ser hoy. Esta fluidez, pensamos, también se extendería lógicamente, a las Diócesis. La Jerarquía ya no sería en la Iglesia más que un nombre vano.

5º. Desalienación de la Iglesia: en relación al Poder Público

Esta forma de desalienación ya está incluida, a títulos diferentes, en los “ítems” anteriores. La Iglesia “constantiniana”, que tiene un gobierno propio y soberano en su esfera, desea la unión y la colaboración con el Poder Temporal. En esto, de algún modo, Se alienaría a él, y de algún modo lo alienaría a Si.

La Iglesia-Nueva, por todos los motivos expuestos, declara no necesitar del Poder Público, ni desear con él relaciones de Poder a Poder. De este modo la mutua alienación habrá cesado.

Conclusión

Así concluimos que, la Iglesia-Nueva será enteramente desalienada, y dejará enteramente de ser alienante.

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09/11/2023 | Por | Categoría: Crisis de la Iglesia
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