En el combate es necesario saber encomendarse a Aquel que tiene en sus manos la vida y la muerte

Cuentan los cronistas medievales que en la Batalla de Montgisard, que se produjo cerca de Jerusalem en 1177, el rey Leproso Balduino IV y sólo 300 hombres decidieron, a la desesperada, enfrentarse a todo el ejército de Saladino.

Los cristianos llevaban un fragmento de la Vera Cruz y, desmontando de sus cabalgaduras, se postraron ante la Cruz implorando la ayuda Divina. Después volviendo a montar, se lanzaron por sorpresa contra la retaguardia de Saladino, con una tal furia y santo empuje que produjo una gran confusión en las filas del ejército de Saladino.

Este se salvó de milagro gracias a la abnegación de los mamelucos de su guardia personal, que murieron casi todos alrededor de él. El ejército de Saladino huyó en desbandada hacia Egipto, con enormes pérdidas.

Viendo esta fotografía me acordé de aquello, y sobre todo de la lección que nos ayuda a comprender que, combatir es sobre todo y principalmente, saber encomendarse a Aquel que tiene en sus manos las riendas de la vida y de la muerte.

El centro de la lucha se desplazó al seno de la Iglesia

El poeta alemán Heinrich Heine, comenta con ingenio e inteligencia en uno de sus escritos, que los hombres medievales fueron capaces de construir el mundo medieval porque tenían convicciones :

«Los hombres de aquellos tiempos tenían convicciones; nosotros, los modernos, no tenemos más que opiniones»