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Quienes siembran vientos, cosechan tempestades

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Pedofilia, robos, divorcio, homosexualidad, políticos desaforados, teleseries amorales, realitys shows permisivos, nudismo colectivo y otros escándalos del género han llenado los titulares de los diarios y las pantallas de la TV durante el año que termina.

La pregunta que surge es si todos estos hechos representan la vida real de la gran mayoría de los chilenos de hoy, o si ellos constituyen un montaje publicitario que pretende hacer aparecer a la sociedad chilena como irremediablemente corrompida.

La respuesta a esta pregunta tiene una gran importancia para conocer el verdadero arraigo que aún tiene la familia en Chile y los principios morales sobre los cuales ella se sustenta.

Una verdadera demolición de las instituciones nacionales

Se tiene la impresión de que estos hechos sórdidos se agitan y ventilan públicamente más para acostumbrar al hombre de la calle a convivir con el escándalo, que para estimular a una sana reacción frente a ellos

Se diría que es un sistema articulado, no para que un sector difame y hunda a otro, sino para hundir a la mayoría del País en la completa decepción con respecto a sí mismo y en el abandono desesperanzado de todas las normas morales. Así, son cada vez más numerosos los personajes manchados por acusaciones y sospechas de toda índole, de las cuales raramente alguno de ellos consigue librarse, aun sin que se exhiba contra ellos prueba alguna.

Unos sostienen, bajo el signo de la tolerancia, que nadie tiene derecho a objetar nada a nadie, o sea que cada uno puede hacer lo que le plazca; otros lanzan acusaciones livianas y frenéticas, negándose a probarlas; y otros, en fin, ven en estos hechos, simples ocasiones de protagonismo y ventajas personales.

Nadie propone medidas serias para combatir a fondo la gran crisis moral en la cual Chile va siendo lanzado. Por el contrario, muchos se jactan del permisivismo establecido y aún quieren que se vaya más lejos.

La única «opción» que es totalmente descartada, al punto de que ni siquiera se la menciona, es la de la fidelidad completa a los Mandamientos de la Ley de Dios y al Magisterio de la Santa Iglesia. Estos parecen estar condenados a priori al silencio o a la erosión legal de su vigencia.

Un ejemplo claro de este sistema de desmoralización pública, ha sido el modo como el Gobierno ha conseguido crear un clima psicológico por el cual la familia se ha transformado en una institución anacrónica y condenada a desaparecer.

Así, con la colaboración de legisladores católicos y, duele decirlo, de no pocos asesores eclesiásticos, la existencia legal del matrimonio indisoluble tiene sus días contados.

Mientras tanto, se preparan las otras fórmulas para ir acabando con los fundamentos de los principios morales, la legalización de las uniones homosexuales y de los llamados «Derechos sexuales y reproductivos». En este sentido son elocuentes las declaraciones de una de las «think tank» del laguismo, Clarisa Hardy (PS), directora de la Fundación Chile 21: «El divorcio, la unión civil de homosexuales e , incluso, los ‘reality show’ son producto de la política progresista del gobierno» (cf. «El Mercurio», 4 de agosto, 2003).

El papel de los medios de comunicación

Para producir este fenómeno de desmoralización pública los medios de comunicación han colaborado de modo eficaz. Con el pretexto de mostrar la «realidad» del País, se ha promovido una especie de sensacionalismo con respecto a todo tipo de situaciones escabrosas.

Recordemos en este sentido lo que ha sido durante el presente año la programación del Canal de la Pontificia Universidad Católica.

Comenzó el mes de Febrero en el Festival de Viña con la actuación del conjunto musical «Los Prisioneros», donde con groserías irrepetibles, «criticaron a la Iglesia Católica, a la prensa y a la TV. Tenían gran parte del país pendiente de sus palabras» (cf. «El Mercurio», 24 de febrero de 2003). Continuó con el reality show «Protagonistas de la Fama», que durante cerca de tres meses presentó una programación descrita por medios de prensa como: » una introducción a la prostitución bajo el manto de realismo» (cf. «El Mercurio», 12 de febrero de 2003). Y culminó con la «exitosa» teleserie «Machos» que a lo largo de varios meses presentó como inocentes las conductas homosexuales, preparando el terreno psicológico para la presentación de un proyecto de ley que pretende legalizar tales uniones.

Cuando un medio televisivo, bajo el nombre de católico, exacerba las pasiones hasta este punto, ¿puede sorprender, por ejemplo, que en una fiesta de adolescentes estudiantes de colegios religiosos de la zona Oriente de Santiago, ocurran cosas como las relatadas por un padre de familia que se pregunta: «¿Dónde está el respeto por el sexo opuesto, que transforman el banco del jardín en una cama de motel barato?» (cf. «El Mercurio», 17 de noviembre de 2003)

¿Alguien podría honestamente esperar que tales programas no generen esas conductas? Escandalizarse delante de las consecuencias lógicas de lo que se propaga es cuando menos ingenuidad.

Por su parte, los medios de comunicación, incluidos los más «serios» e importantes, realizaron porme-norizados reportajes sobre los recientes escándalos de homosexualidad y pedofilia. Con relatos neutros de las peores abominaciones, se creó la sensación de que «Chile ahora cambió», y que todos deben «adaptarse».

Un ejemplo del pasado. La década del 60 y la propiedad privada.

Todo este montaje publicitario no puede dejar de recordarnos el modo artificial por el cual en la década del 60 se quiso hacer desaparecer otra institución fundamental de la civilización cristiana: la propiedad privada.

Del mismo modo en que hoy se quiere hacer aparecer a la familia como una institución en vías de desaparición, así era entonces presentada la propiedad privada. El socialismo no sólo se decía irreversible, sino la única forma justa de organización social.

* * *

Transcurridos 30 años del fin del proceso de socialización de Chile, ninguno de los protagonistas de esa época hoy se atreve a continuar defendiendo los dogmas del estatismo.

Algo similar ocurrió en los Estados Unidos con la familia. La sociedad norteamericana era presentada en los años 60, como una de las más liberales y permisivas de Occidente. Pasada una generación, ella figura como una de las más conservadoras, donde cerca del 70% considera muy importante los principios de la religión y en donde dos millones de jóvenes se han comprometido públicamente a llegar vírgenes al matrimonio (cf. «Informativo» de Acción Familia, N° 16).

Optimismo y pesimismo los dos errores a evitar

Los ejemplos anteriores nos indican que ni la propiedad privada ayer, ni la familia hoy, son instituciones anacrónicas. Esta supuesta «realidad» de corrupción y amoralidad, en no pequeña proporción, constituye un montaje de la propaganda y de los intereses ideológicos de quienes lo comandan, destinado principalmente a desmoralizar a quienes no quieren dejarse arrastrar por la presión de las aparentes mayorías.

Y contra este montaje publicitario, tanto ayer como hoy, es posible reaccionar con éxito.

¿Cómo? Antes de nada evitando las dos actitudes equivocadas que le permiten prosperar.

En primer lugar, la de los optimistas que piensan que nunca se llegará a las consecuencias lógicas de lo que hoy se tolera. En segundo lugar, caer en la de los pesimistas, que delante de cualquier adversidad consideran que todo está perdido y que por lo tanto ya no hay nada que hacer.

Estas dos actitudes psicológicas, la del optimismo y la del pesimismo, tan propias a los defectos de nuestra psicología nacional, son las reacciones de quienes sobre todo no quieren luchar y constituyen la principal razón de las claudicaciones y de las derrotas.

Por el contrario, defender con decisión los principios verdaderamente católicos, respaldar a quienes los sostienen, denunciar a quienes los relativizan, impugnar a quienes los niegan e interpelar a los indefinidos, son las únicas actitudes que consiguen romper el clima artificial de asfixia que se ha creado contra la institución de la Familia.

Es lo que recomendamos a nuestros lectores en este último Informativo del año 2003. Que la Santísima Virgen del Carmen, Reina y Patrona de Chile nos obtenga a todos la fuerza, la resolución y la perseverancia para enfrentar las batallas que dentro del marco de la más estricta legalidad deberemos trabar en el próximo año.

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20/02/2004 | Por | Categoría: Decadencia Occidente

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