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«¡Paz, paz, pero no hay paz!»

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Un diagnóstico exacto de la situación del mundo contemporáneo, que Nuestra Señora de Fátima anunció en 1917 y que sólo se ha agravado desde entonces.

Imagen Peregrina de la Virgen de Fátima, que vertió lágrimas milagrosamente en 1972, New Orleans, EUA.

Nunca se habló tanto de paz como en nuestra época. ¡Sin embargo, nunca hubo tanta violencia!

Las confrontaciones entre Israel y Hamas amenazan transformarse en una nueva guerra general. Lo mismo dígase de las incursiones rusas en Ucrania para desestabilizarla. Existe también la amenazante proclamación de un Califato en Irak y Siria por fanáticos musulmanes anticatólicos, primos de los que entran a torrentes en los países europeos como inmigrantes.

En Nigeria, la persecución mortífera a los cristianos tiene el carácter de genocidio. En Afganistán, los talibanes imponen por la fuerza de las armas su Corán a una población aterrorizada. En la vecina Colombia, los guerrilleros de las FARC, en su diálogo con un gobierno concesivo y débil, exigen que sus condiciones sean aceptadas. En Bolivia, indígenas protagonizan verdaderas batallas campales. En Venezuela, el régimen bolivariano se va radicalizando. En Rusia, se pregunta qué hará Putin, el autócrata enigmático, con las armas atómicas almacenadas en aquel país.

En Brasil, con la complacencia de las autoridades, los llamados «Sin Techo» crean un clima de inseguridad y de agitación urbana constantes, sumados a los otros «movimientos sociales», que el decreto 8.243 de la Presidente Dilma Rousef erige en interlocutores del Gobierno, sustituyendo al poder Legislativo. Aún en Brasil —y en diversas partes del mundo— la criminalidad aumenta de manera aterradora. La población tiene miedo hasta de salir a las calles.

Pero la ausencia de paz también se nota de modo alarmante en la esfera privada.

El día 26 de enero último, el Papa Francisco, después de rezar por la paz entre Rusia y Ucrania, soltó dos palomas, símbolo de la paz. Como se ve en la foto, las palomas fueron atacadas por una gaviota y después por un cuervo.

Se están volviendo frecuente que los hijos maten a sus padres por motivos triviales. En todo el mundo, madres matan a sus propios hijos antes de que nazcan, por medio del aborto, cada vez más impune. Están siendo usadas «máquinas de la muerte» en algunos países para practicar la eutanasia. Estas son manipuladas por computadora por la propia víctima, quien se aplica a sí misma una inyección letal.

Para contener la violencia, de nada sirve limitarse a hablar de paz, decir que ésta es necesaria, etc. En ese sentido —como en muchos otros— la acción de las organizaciones de derechos humanos, de la ONU, de las ONGs, y cuantas más se quiera, se ha revelado totalmente ineficaz.

Por otro lado, ¿cómo esperar que la violencia disminuya, con la televisión instilando diariamente su dosis envenenada de violencia e inmoralidad dentro de los hogares?

Se impone una restauración moral de la sociedad. Sin la práctica de los Mandamientos de la Ley de Dios, no hay forma de violencia que no estalle. Pero para eso sería necesario un empeño serio y decidido del Clero católico, desde los simples sacerdotes hasta los más altos escalones de la Jerarquía eclesiástica, de predicar la doctrina católica tradicional. Sin embargo, eso parece ser propiamente lo que más falta…

De ahí que se pueda aplicar a nuestros días la lamentación del Profeta Jeremías: “Porque del más pequeño al más grande, todos están ávidos de ganancias, y desde el profeta hasta el sacerdote, no hacen otra cosa sino engañar. Ellos curan a la ligera el quebranto de mi pueblo, diciendo: ‘¡Paz, paz!’, pero no hay paz”. (Jer. 6, 13-14).

Gregorio Vivanco Lopes, Agência Boa Imprensa (ABIM). Traducción nuestra.

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12/08/2014 | Por | Categoría: Decadencia Occidente
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